La obsesión por la imagen, el estímulo a la individualidad, la proliferación de blogs, redes, realities, selfis dan cuenta de un fenómeno de estos tiempos: el culto a un modo de vida narcisista.
No es mera vanidad. Tampoco un estricto problema de diván o una anomalía que afecte sólo a unos pocos. Es, en realidad, un fenómeno social muy amplio, que atraviesa toda nuestra cultura y da forma a nuevos modos de trabajar, amar, estar en el mundo. Porque ya no nos rigen ni el temor al castigo ni la devoción por el cumplimiento del deber: para bien o para mal, estamos regidos por el culto al cuerpo, la autorreferencia, la fascinación por el éxito individual.
Nos convertimos en una cultura que, cada vez más fuerte, exclama: "Yo, yo... y yo".
Algo de esto supo ver la revista Time cuando, a finales de 2006, cumplió con el ritual de presentar en tapa la "personalidad del año". En lugar del habitual retrato de estadistas, científicos o artistas, los lectores se encontraron con un espejo. Nada más -y nada menos- que un espejo.