El dinero es un símbolo convencional creado por el hombre para intercambiar materiales que necesitamos para vivir. Pero en el correr de los tiempos históricos este símbolo se ha ido tergiversando, pasando a constituir el eje central de nuestras vidas, o sea ha pasado de ser un vehículo a ser el objeto del sentido de la vida.
Incrementándose esta significación en las diversas etapas de la humanidad y en nuestros tiempos a través de las políticas materialesitas del consumismo.
Sin embargo, desde un principio el sentido fue representar lo que las personas tenían en su posesión, llevar las vacas hasta el punto de negoción del trueque era dificultoso y conllevaba pérdida de tiempo y cuestiones extras que no justificaban lo obtenido a cambio, por lo tanto tallar la imagen de la vaca en una piedra resultaba más fácil a la hora de intercambiar. Allí donde se reunían, se exponían aquellas “monedas” para mostrar a los demás por ejemplo: “Tengo una vaca”
Luego las piedras fueran sustituidas por metal y así sucesivamente. Pero solo cambiaron los formatos, mientras que lo intrínseco siempre fue: “TENGO”.
"Tengo" como verbo conjugado en tiempo presente y seguido de un sustantivo: “Yo Tengo (hoy) una casa”, cuando no por un adjetivo: “tengo el mejor”. Cómo así en lo negativo: “no tengo casa”, “tengo lo peor”.
El caso es que si el dinero es el objetivo de la vida (sea por tenerlo, sea por no tenerlo) hemos resignificado, sin saberlo, “el tengo” por “el soy”.
“Tengo una casa” ó “no tengo casa” aparecen cómo: soy porque tengo una casa ó no soy porque no tengo casa. Este ejemplo de la casa es una figura, pero si tomaramos nota de la cantidad de veces que durante el día decimos “tengo” seguido de un sustantivo concreto (auto, perro, mujer, teléfono, marido, ropa, hijos, trabajo, electrodomésticos, etc) nos daríamos cuenta del peso agregado que la expresión conlleva. Con lo cual el dinero como medio para alcanzar “el tengo” se sobredimensiona, ya sea porque “tengo que tener”, ya sea porque “no puedo tener”. En ambos casos arroja en forma directa: soy mas porque tengo más, soy menos porque tengo menos.
Sin darnos cuenta que solo se trata de signos arbitrarios impuestos culturalmente. Pero que pasa cuando además esas valoraciones nos vienen impuestas de las creencias y costumbres familiares donde por ejemplo: no se gastaba para guardar para cuando no haya, o cuando acallaron nuestros reclamos de afecto con dinero, o nos hicieron notar que eramos una carga económica para el seno familiar, o que había que gastar todo porque mañana no importaba, o no podíamos estar seguros de tomar un curso o actividad porque no sabíamos si iban a “tener” para continuar pagandolo.
Muy probablemente todo esos patrones determinan luego una mayor confusión entre: el tengo, no tengo, soy o no soy.