AL HIJO

Cuando digo que lo mejor que hice, fuiste vos,
no me refiero a lo que sos,
tampoco a alguna especulación sobre lo que puedas ser,
(eso sería omnipotencia)
sino a lo que en vos de mí dependió.


RESPETO, AMOR, DISCERNIMIENTO Y ACEPTACIÓN

Siempre te respeté, mi idea invariablemente fue resaltar tu esencia permitiéndote que manaras.

De pequeño los limites fueron el cuidarte de lo perjudicial, el incentivo destacar tus virtudes, alentarte a más, jamás introduje temas que no fueran curioseados por vos, siempre midiendo el hasta donde según yo te correspondía por tu propia talla e inquietud.



Te enseñé induciendo a que descubrieras, te conduje soltándote y provocando que aprendieras. Equivocada o no, consideré que los valores no debían ser enunciados sino que viviéndolos podrías tomarlos. Equivocada o no, creí que ciertos principios podrías deducirlos cuando el pleno desarrollo de tu inteligencia incipiente te permitiera reconocerlos durante el mismo accionar.

Intenté darte todo lo que creí que estaba a mi alcance y todo lo que creí firmemente era lo propicio para vos, siempre te observé sin juzgarte, te cuidé sin ahogarte, te incentivé sin exigirte, te amé, por sobre todas las cosas siempre te amé, te amo y te amaré.

El respeto es la noción del otro. Sin “otro” no hay respeto, es decir cuando no existe la capacidad de ver y aceptar al otro como "un otro" es imposible el respeto, esto constituye una entelequia. Del mismo modo ocurre con el amor sin respeto.

El amor también incluye la admiración por ese otro y ésta es solo posible si existe la valoración después del discernimiento. Admirar no es estar ciego ni negar sistemáticamente lo que no soportamos del otro para sustituirlo por sensaciones “dulzonas” que nos servirán para negociar por lo que no soportamos de nosotros mismos. Admirar al otro es verlo con todos sus aspectos y aceptarlo sin pretender cambiar nada.

El discernimiento es la capacidad máxima de la aceptación propia, sin proyecciones, luego es visualizar al otro en su totalidad admitiéndolo sin juicio ni prejuicio. Solo así vendrá la apreciación del otro de acuerdo con sus propios valores, circunstancias e historia en general, comprendiendo que las coordenadas de su vida lo llevaron a ser lo que es y no lo que uno desea que sea, o pretende que hubiera tenido que ser o hacer.

“El examen” más difícil de rendir, en cuanto a "estas materias", las debemos dar con nuestros hijos y con nuestros padres, (aconsejable sería darlas primero con los padres) pero tienen parecido de complejidad. En cambio con una pareja otros son los vericuetos pues el tipo de afecto e intereses del vinculo son particularmente diferentes y en esta ocasión no me referiré a ello.

El vínculo con los padres y con los hijos, cuenta con un componente en común que es “la sangre” ella simboliza la genética psicológica y los códigos con los que se cree la vida, en ambos casos comenzando desde cero. Esto no se da en ningún otro vínculo, aunque uno pretenda encontrarlos durante gran parte de la existencia.

Por otra parte “la obligación” de los hijos es superar a los padres, pero esto es imposible si es a partir de la degradación de los mismos. Pues la verdadera evolución es avanzar sobre la propia esencia y continuar con la construcción del ser, quienes niegan y reniegan de ello a la larga o a la corta todo lo que aparentemente construyen se desmorona, y quierase o no vuelve a surgir lo que se es, dado que es lo verdadero.

Quien cree que superar a los padres significa invertir la escala, solo logrará descender peldaños, quien cree que superar a los padres es disminuirlos no podrá jamás ser grande, pero para entender esto hay que vivir "el respeto", la admiración después del "discernimiento", ello como dijimos antes es en si mismo el amor.

Sólo deseo haber sido coherente entre lo que digo y lo que hice y hago con respecto a vos: Hijo!

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